martes, 8 de diciembre de 2015

392. La invasión de los picapiedras

Salgo del estudio para que me de el aire y veo a una amiga que viene hacia mí.
-Pero, bueno, ¡qué sorpresa! Por lo que veo tú tampoco te has ido de puente, me dice al abrazarme.
-Qué va, con la que está cayendo, si me voy me despiden seguro. Además tengo que terminar un reportaje sobre los “oficios”.
-Coge tu cámara y vente a mi casa mañana. Pero eso sí, a primera hora que vas a tener buenas fotos.
Y allí estaba yo a las ocho en punto, cámara en mano, intrigada, y también temiendo que fuera otra treta de Carmela que me abre de esta guisa: cabeza cubierta por pañuelo a la cubana, guardapolvo hasta los pies y aspiradora de mano en su izquierda. Con la derecha me coge la cara por la barbilla y me besa.
-Pasa a mi cueva. Llevo días guardando libros.
Espero que para guardarlos no les limpie el polvo hoja por hoja como hace otra amiga, todas más pulcras que yo, pero no. Les pasa el plumero por encima, los introduce con rapidez en bolsas, y éstas en un armario. Mientras, me comenta de pasada la historia de cada uno (adora su trabajo de bibliotecaria), como si ellos, los libros, no encerraran ninguna.
-¿Estás de mudanza? Aunque no parece, en vez de sacar, envuelves y guardas.
-Peor, a ti si antes se te rompía una ventana o querías cambiarla la encargabas, y, otro día, venía el montador con el albañil y te la colocaba una a una cuando eligieras.
Ahora no, querida, ahora te las quitan y ponen todas a la vez por una cuestión de salarios. Como me hablaste de oficios, aquí puedes filmar unos pocos.
La casa me sorprende, no es la misma, está toda recogida y arrinconada. Su marido quita una lámpara del rincón de lectura, la única que queda. Se baja de la escalera, me da un beso y se despide muy serio.
-Ya ves- sigue ella como en un monólogo mientras tira de mí hacia la cocina para tomar café - hemos estado a tope de trabajo. Y, claro, esto supone cabreo incluido.
El timbre de la puerta suena insistente como si fueran bomberos con la urgencia de apagar lo que sea. De pronto entran ocho hombres, gordos, delgados, altos, bajos, jóvenes y menos jóvenes. Para todos los gustos. Vienen con sus herramientas y vestidos de faena. Todo es un investigar y preguntar, secuestran a Carmela para pedir escoba, cogedor, bolsas, trapos viejos, etc. Yo no sé donde ponerme. En un ir y venir, uno me empuja y el café se derrama, -perdón- dice, lo miro y no está mal. Carmela de lejos me guiña un ojo. Con los golpes que empiezan a dar en las distintas habitaciones de la casa es imposible hablar si no es a gritos, y sin que, además, no te entre polvo en la boca. No sé donde meterme, voy al cuarto de baño y está ocupado. Oigo un golpe fuerte.
-Vaya, por lo menos este ha subido la tapa, -le digo a mi amiga que dice no saber dónde esconderse hasta que acaben- pues yo, mira, mejor me voy.
-Pero bueno, yo que creía que ibas a hacer un reportaje.
La entiendo casi por señas. Ahora grito yo:
-¡¡¡Odio el polvo!!!
Le doy la cámara y me marcho.
Y esto fue lo que me mandó por WhatsApp.

6 comentarios:

Isabel Martínez Barquero dijo...

Jajajaja. Yo también habría salido huyendo. Odio las obras, ¡menudo lío!
Un abrazo bien grande, Isabel.

Isabel dijo...

Gracias, tocaya, ahí va el mío de vuelta.

Myriam dijo...

¡Malo es quedarse a tragar polco en una obra!
ni aun siendo dueño de casa :-).
La reportera hizo bien en escaparse!!

Besos

Isabel dijo...

Sí, Myriam, porque la dueña (el relato es verídico en parte), se tuvo que tragar el polvo.
Gracias y besos.

Anónimo dijo...

Se te ocurren tooodas las batallas, tooodas las historias. Besos amiga. UVA

Isabel dijo...

La realidad supera la ficción, tú lo sabes bien.
Abrazos, me encanta que pases por aquí.